Historia Institución Teresiana

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La Institución Teresiana, intuición primordial de Pedro Poveda

La Institución Teresiana, evolución  y culmen de la Institución Católica de Enseñanza, fue la intuición primordial de Pedro Poveda.  Consistió en ver claramente en la educación, en la cultura y en la promoción de la persona, la posibilidad de una respuesta a los problemas sociales de su tiempo y un espacio privilegiado para el encuentro de esa persona con Dios. Ésta era en verdad su inquietud más genuina y auténtica.

Con este planteamiento como base de todo lo demás, Poveda cuidó especialmente la formación de quienes debían formar a otros. En su propuesta educativa destaca siempre la formación de educadores a todos los niveles. La Institución Teresiana recogió su antorcha y hoy podemos decir que continúa empeñada en mantener aquella capacidad «povedana» de innovación y de respuesta.

Pedro Poveda, se dejó interpelar por la realidad de su tiempo, vio en la educación, en la promoción de la persona, en el cultivo de su inteligencia y de sus capacidades, la extraordinaria posibilidad de responder desde esta clave a los problemas de aquella España que le tocó vivir. Principios tan «povedanos» y tan actuales como la paz, la solidaridad, la inclusión, la promoción y el desarrollo, siguen orientando hoy la educación en valores que ofrece la Institución Teresiana en los diversos ámbitos educativos en los que está presente.

Posiblemente lo más novedoso que Poveda pudo aportar en aquellos primeros años del siglo XX fue el carácter seglar del movimiento que surge en torno a su propuesta educativa. En sus primeros proyectos pedagógicos apuntaba ya con claridad el perfil de un educador eminentemente humano y cristiano. Poveda decía que «los hombres y las mujeres de Dios son inconfundibles».

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Recién ordenado sacerdote, entre 1902 y 1905, creó unas escuelas y desarrolló una gran actividad entre los habitantes de una amplia zona de Cuevas cercana a Guadix (Granada). Durante aquellos años se preocupó al mismo tiempo de la educación de los niños y las niñas de aquella zona, y de la formación de sus educadores.

Visto desde hoy, aquel proyecto de Poveda en las Cuevas de Guadix presenta unas características especialmente interesantes, entre las que señalaría la calidad que supo imprimir en aquella experiencia educativa. Consiguió poner en funcionamiento no sólo unas escuelas, sino unas escuelas en las que se aplicaron los métodos pedagógicos «manjonianos», considerados entonces de avanzadilla. El propio don Andrés Manjón, apoyó ampliamente desde el Sacromonte granadino las nuevas escuelas de las Cuevas de Guadix.

Aquellos años de Guadix, que en verdad le marcaron para siempre, quedaron enriquecidos y complementados con los inmediatamente posteriores vividos en Asturias como canónigo del Santuario de Nuestra Señora de Covadonga. Allí, al tiempo que se ocupaba de atender a los numerosos peregrinos que acudían permanentemente, estudió y reflexionó intensamente sobre temas educativos y sobre la necesidad de que los maestros estuviesen bien preparados y pudieran vivir su fe de manera coherente y responsable. Durante aquellos años de Covadonga comenzó a escribir y a publicar en torno a esta problemática que tanto afectaba a la sociedad española de entonces.

Su preocupación por la enseñanza y la escuela, por los profesores y los niños, por los problemas de la educación y de la formación de alumnos y docentes, se convirtió en una constante durante toda su vida. Posiblemente esta actitud mantenida siempre por él de modo tan coherente hizo que en 1974 fuera considerado por la UNESCO «pedagogo y humanista», quedando incluido así entre las «personalidades eminentes en el campo de la educación, de la ciencia y de la cultura». El cardenal Poupard, que en ese momento era Rector del Instituto Católico de París, culminaba aquella solemne sesión apuntando al horizonte que había dejado abierto el sacerdote español: «Su pensamiento y su acción –dijo– se extienden por encima de toda frontera y su mensaje se transmite hoy en todos los continentes. Educadores, científicos, cristianos comprometidos a todos los niveles en una profunda acción social y cultural, prosiguen el camino emprendido por Pedro Poveda».

Cuando Pedro Poveda comenzó su actividad pedagógica durante sus años de Covadonga, trabajó de modo alternativo con un grupo de maestros jóvenes, en Gijón, y con un grupo de chicas estudiantes de Magisterio, en Oviedo. Con los chicos de Gijón puso en marcha un Centro Pedagógico y una revista; con las chicas de Oviedo una Academia para estudios de Magisterio con Internado anexo, para facilitar la estancia en la ciudad y proporcionarles los medios necesarios para su completa formación. Ambas experiencias en 1911. Pero fueron las chicas las que respondieron con una acogida y una responsabilidad extraordinaria, hasta el punto que Oviedo fue el lugar de lanzamiento de una serie de Academias, Residencias Universitarias y Centros Pedagógicos que se extendieron con inusitada rapidez por toda España.

Ciertamente, la sociedad española de principios del siglo XX mostraba escasísimo interés por la promoción cultural y social de la mujer. En tal contexto, Poveda puede incluirse con toda justicia entre quienes apostaron claramente por el potencial que representaban las mujeres en la España de entonces. Como si hubiera intuido un auténtico «valor en alza». Pensó que era urgente preparar intelectual y culturalmente a tantas mujeres jóvenes que deseaban estudiar y prepararse en alguna profesión «permitida» entonces para ellas, entre las que destacaban los estudios de Magisterio en sus diferentes niveles.

La Institución Teresiana es una obra muy vital que ha evolucionado a lo largo del tiempo y que ha pasado por etapas diferentes que, indudablemente, han enriquecido su propia historia. Hoy es una Asociación Internacional de Laicos integrada por mujeres y hombres que siguen empeñados en llevar adelante la propuesta de Poveda repartidos por cuatro continentes. Personas con vocación educadora, comprometidos como Poveda en la transformación social por medio de la educación y la cultura.

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